Hoy quiero compartir con vosotros mi breve pero intenso viaje a la región de Champagne, concretamente a la Maison de Perrier-Jouët en Épernay, con el equipo de enología de Bodegas Domecq-Pernord Ricard.
Para los que no tengáis el privilegio de conocer el mágico mundo del champagne, os cuento que en Francia hay dos regiones productoras: Reims, la más conocida, y Épernay, donde se ubica una de las casas productoras más antiguas de la denominación de origen: Perrier-Jouët, que se caracteriza por la extraordinaria fineza de sus champagnes, resultado de la experiencia en el tradicional arte de la elaboración del champagne de los solamente siete chefs de caves que han ejercido en sus bodegas desde 1811.
Desde el momento en que abandonas París empiezas a sentir una emoción indescriptible. Especialmente cuando te adentras con el coche en las pequeñas carreteras secundarias franqueadas por un mar de imponentes viñedos, con sus preciosos rosales a sus pies que, como sabéis, sirven de indicador por la delicadeza de la flor de posibles enfermedades criptogámicas en la vid. Pese a lo triste de su función, forman una estampa increíblemente romántica.
Después, entrar en Épernay es viajar a otro siglo, a otra época, con sus casitas bajas y sus calles empedradas, todo muy cuidado. Y la Maison, cuando aparece solemne en medio de la Avenue de Champagne, ofrece una visión absolutamente conmovedora. Y es que la Maison de Perrier-Jouët es un auténtico museo del Art Noveau, albergando unas 200 piezas originales firmadas por grandes artistas como Rodin, Lalique o Majorelle. Todo, sus salones, sus cuatro habitaciones y hasta los baños están decorados en un exquisito estilo Art Nouveau francés: las lámparas, las alfombras, las vidrieras, los sanitarios, la cama (valorada en miles de euros), las vidrieras… cada rincón es de una belleza increíble.
Pasar una noche es un escenario así es todo un lujo, también por el trato. Hervé Deschamps, chef de caves de la Maison, te recibe con una copa de champagne en sus jardines y luego, a la hora de sentarse a la mesa, todo es armonía, elegancia y glamour: la vajilla, la colocación de los cubiertos, el servicio y las copas flauta, con las características anémonas, símbolo de la casa, que fueron diseñadas en 1902 por el maestro vidriero Émile Gallé. Cada plato era un festival de color, un ejercicio de cata y maridaje constante, acompañado de principio a fin por sus diferentes champagnes: Perrier-Jouët Grand Brut, Perrier-Jouët Blason Rosé, Perrier-Jouët Belle Époque, Belle Époque Rosé y Belle Époque Blanc de Blancs, la joya de la casa.
Y hablando del champagne, hago un inciso para amateurs. La mayoría de los champagnes blancos están elaborados principalmente por tres variedades de uva de las cuales una es blanca, la Chardonnay, la reina de las uvas blancas en el mundo con permiso de mi amada Verdejo, y dos son tintas, la Pinot Noor y Pinot Menier. A estos champagnes e les denomina Blanc de Noir. Pero cuando se elaboran solo con Chardonnay se les llama Blanc de Blancs y son lo más de lo más.
Volviendo al viaje, fue especialmente interesante la visita a las cavas donde reposa el champagne, ubicadas en tres niveles subterráneos que de galerías abovedadas y directamente cavadas en piedra caliza, que discurren bajo tierra desde la casa hasta el edificio de enfrente, donde albergan su museo y sus salas de cata.
¿Sabéis que el champagne tiene dos fermentaciones y que la segunda se hace en la botella que luego descorchamos en casa? Es interesante seguir todo el proceso de esta segunda fermentación, especialmente el degüelle con sable de la botella que supone un auténtico espectáculo y que se hace para eliminar las levaduras que quedan en el cuello de la botella durante esa primera fermentación. En Perrier-Jouët lo hacen con su cuveé de prestige Belle Epoque, esa botella serigrafiada con la flor de la anémona que muchos habréis visto en numerosas ocasiones en el glamouroso cine de Hollywood.
En definitiva, una experiencia irrepetible y mágica de la mano de mi champagne preferido, una gran marca que os recomiendo para no arriesgar en las ocasiones más especiales.
Ha sido un placer.